Corrí junto a un grupo de personas a un ascensor mientras otros corrían a otros lugares. Recuerdo que antes de que las puertas del ascensor se cerraran, vi a una mujer joven, delgada, que estaba con su bebé en el cochecito. La llamé desesperada y le dije que corriera a los brazos del Señor, que era su última oportunidad. Ella sacó una tarjeta de crédito de su bolsillo y me dijo riéndose que iba al centro comercial a comprar. Yo le grité al tiempo que se cerraban las puertas y entonces, justo antes de cerrarse, la vi caminando de espaldas cuando un pedazo gigante del edificio terminó con su vida y la de su bebé aplastándolos en el acto.
Dentro del ascensor vi a una mujer y supe que trabajaba en el ministerio de Yiye Ávila; era una sierva de Dios. Nos abrazamos y comenzamos a gemir y clamar por la humanidad. Yo estaba aterrada. Ella comenzó a hablar en lenguas y me decía: "¿por qué temes, dice el Señor? No hay porque temer, acaso no sabes ya que es necesario que esto ocurra y que aún muchos tengan que morir"? El ascensor comenzó a estremecerse y el techo del mismo se desplomó arrancándole la vida a algunos que estaban allí. Yo levanté mis manos al cielo y dije: "Señor, aquí está mi alma, te pertenece, si llegó mi hora, hágase tu voluntad"